La agresividad en pequeños animales es un tema que nos debiese preocupar a todos, no solo porque afecta el bienestar de nuestros peludos (excepto agresividad depredadora que resulta placentera para el animal), si no porque también es un problema de salud pública. Éste tema es uno de los más frecuentes en animales de compañía y una de las causas más comunes de eutanasia y abandono.
Los factores que influyen en la manifestación de la conducta agresiva son el resultado de la interacción entre varios factores (multifactorial), tanto internos como externos, entre estos podemos mencionar; i)cambios en la actividad de varios neurotrasmisores, ii) cambios en la concentración plasmática de varias hormonas (como la testosterona), iii) estrés, iv) aprendizaje y v) patologías (Amat M., 2010).
La forma más objetiva de clasificar la agresividad es la biológica, teniendo en cuenta los centros nerviosos implicados en su control. Dicho de otra forma, considerando la existencia, o no, de activación simpática (Blanchard y Blanchard, 2006; Amat, 2010). Según este criterio, podemos dividir la agresividad en afectiva y no afectiva. En la agresividad de tipo afectivo se produce una marcada activación autonómica y la participación de estructuras como la corteza frontal o la amígdala. En la agresividad de tipo no afectivo, también llamada no emocional o depredatoria, no se produce una activación simpática (Amat, 2010). La agresividad afectiva se divide a su vez en agresividad ofensiva y agresividad defensiva, donde en la primera, se tiene como objetivo la obtención y/o la protección de un recurso y la segunda, tiene como objetivo escapar de un estímulo que resulta amenazante. Esta clasificación es muy general y no es útil para el aspecto clínico, ya que solo considera la postura y la motivación, dejando fuera el contexto y, como se mencionó anteriormente, la agresividad es un proceso multifactorial, por lo que se debe evaluar todos los factores en los que se ve envuelto el animal en estudio. Es por esto que hay una clasificación de tipo clínica, la cual se debe hacer dependiendo del contexto en el que se produce la agresividad y se basa en la posible motivación del perro para mostrar dicha agresividad (Le Brech, 2013). Desgraciadamente no existe un consenso entre los especialistas en medicina del comportamiento de animales de compañía y cada uno ha propuesto una clasificación diferente de acuerdo a sus conocimientos, o simplemente, la que les parece más adecuada. Otros autores incluso prefieren describir objetivamente el fenómeno que están investigando, sin necesidad de otorgar un nombre específico al problema (Mills, 2006). Por tanto, se dice que para obtener un diagnostico completo, debemos basarnos en tres criterios; i) blanco o target, ii) contexto, y iii) postura (Fatjo et al., 2007).
Blanco: Personas de la familia o desconocidos, otros perros de la familia o desconocidos, otros animales.
Contexto: En qué situación aparece el problema
Postura: Posición que adopta el perro durante el ataque.
Las posturas forman parte de la comunicación entre los perros (como lo vimos en un post anterior en el blog “comportamiento social del perro”), para ayudarles a conciliar disputas, establecer liderazgos y reclamar territorios (Ortega, 2005). Una postura ofensiva incluirá; i) mirada fija y directa, ii) gruñidos, iii) labios retraídos, exponiendo los dientes (incisivos y caninos), iii) cuerpo erguido, iv) orejas hacia arriba o hacia delante, v) cola hacia arriba o movimientos lentos de lado a lado y vi) piloerección. Todas estas posturas, gestos faciales, corporales y vocalizaciones se usan para indicar la posible intensión del perro en determinadas circunstancias (Ortega, 2005; Shepherd, 2006). El problema que muchas veces surge es que hay ocasiones que las posturas son ambivalentes, o sea se fusionan la ofensiva con la defensiva y es por esta razón, que debemos fijarnos en un todo y llamar al especialista a tiempo para tratar el problema.
Otra cosa que puede suceder es la impulsividad, esto es cuando un animal no da señales de aviso (gruñido, enseñar los dientes, etc.) o si las da, son muy sutiles, casi imperceptibles a los propietarios, perros o personas ajenas. En estos casos, el riesgo es mucho mayor, ya que no sabremos cuando viene un ataque o una pelea. ¿Por qué un perro puede reaccionar por impulsividad? Puede ser por varios motivos: causas orgánica, porque dio muchas señales y nadie lo tomo en cuenta o porque le han castigado las señales (muchos regañan a sus mascotas por gruñir y esto es un aviso) (Amat M, 2016).
Los problemas de agresividad pueden ser hacia:
Personas:
- Familia
- Desconocidos
Perros
- De la familia
- Desconocidos
Otros:
- Maternal
- Dirigida
¿Cómo podemos tratar la agresividad?
Antes de iniciar el tratamiento es imprescindible realizar un análisis de riesgo, es decir, decidir si es posible llevar a cabo el tratamiento teniendo en cuenta el tipo de agresividad que presenta el animal (impulsiva o no), la tipología del perro (tamaño) y el entorno del perro (composición familiar). Por otro lado, resulta esencial descartar posibles causas médicas que puedan estar provocando o catalizando la conducta agresiva, éstas pueden incluir: Problemas hepáticos, neoplasias intracraneales, hipoxia cerebral, problemas neuroendocrinos, trastornos infecciosos (ej: rabia o distemper), trastornos del desarrollo como shunt hepáticos, cambios degenerativos, problemas metabólicos, toxinas, traumas o cualquier condición que genere dolor y condiciones hormonales como hipotiroidismo (Mertens, 2005).
La parte más importante del tratamiento para corregir un problema de comportamiento es la modificación de conducta. Se trata de técnicas basadas en los principios del aprendizaje, que tienen como objetivo cambiar el comportamiento del perro. Tal como se ha comentado, es preferible utilizar las técnicas basadas en refuerzo positivo. Los métodos de educación basados en el castigo, se asocian a una mayor prevalencia de problemas de comportamiento además de afectar al bienestar animal.
- Modificación de conducta. Se basa en la realización de ejercicios de desensibilización y contracondicionamiento con el objetivo de acostumbrar al perro de forma progresiva a aquellos estímulos que no le gustan.
- Castración. Se recomienda en algunas formas de agresividad ofensiva como la agresividad entre machos (intrasexual) y la competitiva. Sus efectos son variables.
- Terapia farmacológica (psicofármacos). Tal como hemos indicado anteriormente, el neurotransmisor más involucrado en la agresividad es la serotonina. Existe una correlación entre una concentración baja de serotonina y la agresividad. Por ello, los fármacos que más se utilizan son aquellos que aumentan los niveles de serotonina (ej. inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, fluoxetina).
- Corregir el manejo del animal por parte del propietario. Es importante evitar que el propietario refuerce los comportamientos indeseables como la agresividad, utilice castigo inadecuado o sea inconsistente en la aplicación de las pautas.
- Otras herramientas. En aquellos casos en los que existe un componente de estrés, podemos utilizar diversos productos con actividad ansiolítica (tales como feromonas sintéticas), así como aumentar el ejercicio ya que eso auemnta la serotonina de forma natural.
(Amat, 2010; Mertens, 2005).
Como hemos visto a lo largo de este artículo, la agresividad forma parte del lenguaje canino, pero a su vez representa un problema en la convivencia diaria de humanos con perros, como problema de comportamiento, además de ser responsable de que muchos peludos sean abandonados y de la ruptura del vínculo humano-animal. Es por esto que resulta importante tratar este tema, a tiempo, con ayuda de un especialista en comportamiento y no esperar a que la situación se agrave, poniendo en riesgo al perro y a nosotros mismos.